EL MACHISMO ENMASCARADO: ENTENDIENDO EL SEXISMO BENEVOLENTE
Por Donají Reyes
"Las mujeres están locas si pretenden ser iguales a los
hombres. Son bastante superiores y siempre lo han sido. Cualquier cosa que des
a una mujer ello lo hará mejor. Si le das esperma, te dará un hijo. Si le das
una casa, te dará un hogar. Si le das alimentos, te dará comida. Engrandece y
multiplica cualquier cosa que le des". Al parecer esta frase es
erróneamente atribuida a William Golding. Yo no tengo elementos para afirmar o
negar que fue el escritor británico el autor, pero sí tengo una sensación de escalofríos
al pensar que esta frase circula por todas las redes sociales, y más aún en
fechas como el 8 de marzo. Recordemos que el Día Internacional de la Mujer no
es de celebración, sino de conmemoración de un hecho atroz que evidenció la
violencia que hemos vivido las mujeres a lo largo de la historia, es una fecha que
ha servido como marco para la continuación de la lucha por los derechos de las
mujeres. Me resulta escalofriante porque, si bien nos vanagloria y enaltece a
las mujeres, también nos limita a ese rol estereotipado de madre que se ocupa
de las labores del hogar; ah, pero además según esto poseemos la increíble
facultad de multiplicar cualquier cosa ¿será por eso que vivimos en la
precariedad, porque se piensa que pueden darnos poco y que de ello crearemos
abundancia?
Decir y actuar acorde a la frase es practicar y perpetuar el
sexismo benevolente, ese machismo disfrazado de acciones y decires cariñosos y
halagadores hacia las mujeres, pero que tienen un trasfondo donde se nos
encuadra como seres maravillosos en
tanto que somos capaces de criar, llevar adelante una casa y ser multitareas
porque podemos guisar con una mano, mientras que con la otra cargamos a la
cría, a la vez que respondemos al esposo dónde está su camisa azul. Ajá, mucho
halago y poca consideración y empatía. Como dice Nerea Pérez, sólo “glorifican
el agotamiento de las mujeres”, es decir, nos explotan.
Ah, pero no olvidemos que este trato dulce y delicado hacia
nosotras sólo lo merecemos si tenemos la virtud de ser puras, dadoras de vida y
si encajamos en el cliché de lo que significa ser femeninas. Nada de disfrutar
abiertamente nuestra sexualidad, nada de negarnos a maternar y nada de decirle
no a las faldas y permitirnos ser rudas; pues en este caso lo que recibiremos
será el sexismo hostil, ese que es más “fácil” de identificar al ser llamadas
‘putas’, ‘locas’, ‘machorras’ o ‘feminazis’.
Cumplir con los
estándares de la mujer virgen-madre-dama nos otorga el derecho a recibir
atenciones y halagos tales como la caballerosidad, otra manifestación del
sexismo benevolente sumamente defendida por muchas personas, que muestra cómo
las mujeres hemos sido consideradas débiles e insuficientes para nosotras mismas,
y que por tanto, debemos esperar ser rescatadas y “privilegiadas” por los
hombres. Y vaya que le funciona al sistema, pues nos hace creer a las mujeres
que el poder de los hombres es usado en nuestro favor, reduciendo las
resistencias que podamos tener. Es por eso que la caballerosidad es el perfecto
preámbulo para que los hombres sientan que tienen derecho a que les seamos
serviciales (incluso sexualmente) porque ellos ya demostraron su generosidad; o
en todo caso, es el preámbulo para que nosotras nos sintamos en deuda con ellos
por su “excelente trato” y queramos pagarles siendo serviciales. No es de
extrañar que las mujeres que buscamos poder hacer las cosas por nosotras mismas
seamos criticadas mediante el sexismo hostil por rechazar las buenas
intenciones de los hombres. Basta ver cuántos hombres se quejan por haber
tratado bien a una mujer en sus citas y al final los enviaron a la Friendzone, como si el buen trato fuera
garantía para formar una relación de pareja.
Más allá de que el sexismo benevolente naturaliza los roles
de género, más allá de que es darnos atole con el dedo, lo cierto es que
alimenta ideas que ya son rancias como la heteronormatividad, la normalización
de la dependencia y la justificación de las jerarquías en la pareja.
¡Ojo! Tampoco digo que las mujeres podemos hacer todo solas,
pues admitimos que la mayoría tenemos menos fuerza física que muchos hombres, y
es entonces cuando no nos viene mal una ayuda; lo cual es muy diferente a abrir
la puerta de un coche o jalar una silla para sentarnos porque somos unas
damiselas frágiles y hermosas. Y es que se confunde caballerosidad con
amabilidad. Todas las personas podemos ser amables y tener atenciones con otras
personas sin importar su género, es ese el punto. Pero, siendo sincera, a la
hora en que una mujer carga a su cría, más su bolsa, más la pañalera (lo que
implica bastante peso en sus brazos), es muy difícil ver a un hombre que se
ofrezca a ayudarla porque está haciendo su labor de madre; pero qué decir
cuando se trata de cargar una caja o un garrafón, prácticamente cualquier
hombre se abalanza a ayudarla. Todo un sin sentido.
Así ocurre en las relaciones de pareja, mucha caballerosidad
al abrir puertas o sostener una chamarra para ponérnosla y poca o nula
cooperación cuando se trata de la crianza, lavar ropa o servir la cena; claro
porque esas labores nadie las hace tan espléndidamente como nosotras. Bah.
Lo haya dicho Golding o no, la frase está mal por todos
lados: ni estamos locas (pensemos que a lo largo de la historia se nos han
endilgado muchos trastornos mentales sólo por expresar lo que pensamos y
sentimos), ni queremos ser iguales a los hombres (bastante mal nos ha ido con
su modo de operar en este mundo que se ha hecho para ellos) y mucho menos
hacemos hijos o nos ocupamos del hogar y la cocina sólo por ser mujeres.
Nuestra capacidad de engendrar no nos obliga a ser madres o querer serlo.
Así pues, no necesitamos frases que nos engrandezcan, ni
acciones caballerosas que enmascaren machismo o misoginia, lo que pedimos es el
pleno reconocimiento de nuestros derechos como seres humanas, ello implica que
nos traten con respeto y consideración, no con condescendencia paternalista.
Tal y como dijo Angela Davis “El feminismo es la idea radical de que las
mujeres somos personas”.
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