Sobre la Maternidad y las Mujeres: Apuntes antropológicos.
Por Alicia Medea Herrerías
La maternidad en la
cultura occidental tiene una connotación importante en la medida en que le da
identidad al género femenino. El consenso entre las instituciones que sustentan
las creencias de una sociedad es que la mujer culmina su condición femenina
sólo a través de la procreación y la crianza.
El imaginario colectivo ha
impreso un molde hereditario que se vive como realidad; desde pequeñas, las
niñas son preparadas a ser madres por medio de una muñeca.
En los estudios sobre mujeres, la maternidad ha sido el tema
medular puesto que delinea y ubica el rol de la mujer en la sociedad. Hasta la
mitad del siglo XX los estudios antropológicos se interesaron en los temas de
parentesco, no estudiando a las mujeres como sujetos con entidad íntegra y
autónoma sino como generadoras de hijos e hijas y como agentes que equilibraban
las dialécticas de poder a través de su intercambio (Carranza, 2007).
Simone de Beauvoir (1969) planteó la maternidad como un compromiso de las mujeres hacia la especie
humana y una base de desigualdad que nos había arrastrado por siglos. De la
maternidad, además, se ha escrito y debatido mucho en ámbitos populares,
revistas, series televisivas y medios de comunicación en general. Ha sido
totalmente glorificada y ensalzada. Asimismo, ha sido considerada la peor
opción para la libertad y la autonomía de las mujeres (Moncó, 2009).
En algunas culturas, una mujer que no es madre es tachada de
menos mujer, incompleta, egoísta o desnaturalizada. Las ventajas y la imagen de
respeto y poder de las mujeres depende de haber tenido hijos, especialmente
varones. Pero por el contrario, en las sociedades modernas las mujeres
trabajadoras y que son o aspiran a ser profesionales, ven obstaculizado el
ejercicio de su maternidad.
Sin embargo, la maternidad es construida con variables y
elementos sociales, y conlleva una serie de tareas y responsabilidades,
cuidados y sentimientos que suelen naturalizarse en las mujeres al punto de la
discriminación genérica.
Las mujeres que se desempeñan con el legado de ese mandato
natural no hacen más que cumplirlo, así que no existe una valoración cultural.
Pero, en caso de incumplirlo, el valor se negativiza y su representación
cultural toma una matiz de carencia, tomando el estigma de mala mujer o mujer
desnaturalizada. Ahora bien, podemos
observar que cuando un hombre no responde a lo que llamamos instintos
paternales no hay consecuencias ya que su cultura no le exige tal posesión, en
sentido contrario, cuando los llega a tener es sublimado por nuestra sociedad.
Tales representaciones desiguales y jerarquizadas son
construcciones sociales, asignaciones imaginarias relativas al tiempo y espacio
(Moncó, 2009). En la cultura occidental moderna en la que existe una ideología
de la figura mítica de la maternidad, que se entiende como una relación de amor
incondicional e instintivo de las madres a los hijos, resulta difícil aceptar
la idea de que en otras, la maternidad no se conciba y practique de la misma
manera. Si nos remitimos a la antropología y datos etnográficos, hallaremos
culturas en donde las niñas y los niños no son representados ni tratados como seres
cándidos, inocentes y tiernos; ni las mujeres están asociadas sólo con la
maternidad y solícitas y amorosas guardianas del hogar que el molde capitalista
ha diseñado como el único válido para todas las mujeres y todas las familias.
En su trabajo Sexo y temperamento en tres sociedades
primitivas, Margaret Mead se encuentra con tres tribus en Nueva Guinea que
ejercían roles genéricos distintos a los nuestros y diferentes entre sí:
Los Arapesh tratan a los bebés como un objeto precioso que
resguardan de todo peligro. Las madres los llevan colgando bajo su seno en
posición fetal contra su estómago. Cada vez que pide alimento lo recibe con
cariño e interés. Por su parte, los Iatmil los tratan casi como si fuesen
adultos. Pasadas unas pocas semanas desde el nacimiento, la madre ya no lo alza
y transporta con ella sino que lo coloca sobre un taburete alto a bastante
distancia, dejándole llorar indefinidamente. Entre los Mundugumor, los niños
son transportados en bolsas ásperas sobre los hombros de la madre. Las madres
amamantan de pie, apartando al bebé tan pronto consideran que han mamado
bastante.
De esta manera entendemos que no se puede hablar de una
maternidad instintiva esencial puesto que cada cultura tiene variables propias
intrínsecas en sus prácticas sociales.
Yo decido, Adelita Vio
Fuentes
- Carranza, M. E. (2007). ANTROPOLOGIA Y GÉNERO. Breve
revisión de algunas ideas Antropológicas sobre las mujeres. Gramola, 123.
- Bauvoir, S. (1949). El segundo sexo
- Mead, M. (1935). Sexo y temperamento en tres sociedades
primitivas. Bercelona: Gavá.
- Moncó, B. (2009). Maternidad ritualizada: Un análisis desde
la Antropología. GEIDOS. España
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