No es normal. Una apuesta
Por Eren Esperón
Una mujer sale de una fiesta por la
noche, camina, pide un taxi, no lo consigue; transita por el pasaje
subterráneo, ella camina, un hombre la sigue hasta alcanzarla y abusar
sexualmente de ella. La secuencia larga, cruda, cruenta del filme Irreversible (2002) se ancla en la
memoria para mostrar similitudes. Sea París, Buenos Aires, Ciudad de México o
Veracruz, la situación es latente, para nosotras salir, andar por el espacio
público, siempre es un riesgo, más aún en un terreno de “guerra civil
económica” (Schedler, 2011) como la que se vive en México. Si salir es un
riesgo, quedarse en casa también lo es, no es fortuito el alto número de
agresiones y asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, familiares, amigos y
conocidos.
En las dinámicas del poder, la
pretensión es dominar a los otros. La construcción binaria ha sido fundamental
para ello, el mundo dividido en dos: bueno-malo, blanco-negro, normal-anormal,
ha dado pie a desdibujar los matices, a cuestionar, el género no es la
excepción. El binarismo genérico, mujer y hombre, ha escrito socialmente sobre
los cuerpos una normatividad que debe seguirse, roles determinados de
comportamiento, sexualidad y actuación que nunca deben ser cuestionados. Roles
diferenciados donde unos siguen ostentando el poder político y económico, el
espacio social; y otras están relegadas al espacio privado, a la intimidad, a
la subalternidad (Butler, 1990). Normas sociales que regulan los cuerpos y sus
acciones: vestir de formas determinadas, salir a horas “adecuadas”, caminar
acompañadas son el antídoto contra el castigo social en el que anidan
comentarios del tipo: “por eso las violan”, “¿cómo puede una chica caminar en
la madrugada?”, “las mataron porque iban solas”, “seguro andaba en malos
pasos”, “es que eran lesbianas”, “no era mujer, era trans” y “fue un crimen
pasional”. Comentarios cuya única función es perpetuar el sistema desigual en
que vivimos, humillar y desdeñar a esas otras y otros que osaron ser diferentes,
que normalizan la violencia.
Cuestionar las normas sociales
construidas es una de las bases de los feminismos. Entender que hemos vivido en
este mundo, que nuestra educación heteronormada nos ha hecho creer que
habitamos en un estado de cosas que no puede ser cambiado, que sólo existen dos
polos y nada más en el espectro. La apuesta es poder comprender que es preciso
cuestionar y exigir, cuestionar y exigir el acceso a los mismos derechos no sólo
en el plano jurídico, sino en las prácticas sociales.
Nos
asumimos como feministas desde una postura política que apuesta por la
interseccionalidad, el combate de las desigualdades y la búsqueda de un entorno
social más plural. El castigo social por desafiar el “orden” establecido estará
plagado de comentarios: de la “falta de fuerza física para cargar un garrafón
de agua” al “feminazi”. Ay-si-me-dieran-una-moneda-por-cada-vez-que-me-han-llamado-feminazi…,
río y recuerdo que desafiar lo normal importa porque nos han educado en el
temor y la competencia, pero no nos
resignamos a sobre/vivir así y seguimos.
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