¿Que por qué Akelarre? Algunas anotaciones

Por Diana Flora 
Desde los inicios de Akelarre (por ahí de octubre de 2010), nos han preguntado con mucha insistencia y curiosidad, que por qué ese nombre, que si a poco somos brujas invocando “al macho cabrío” (de verdad nos los han dicho muchas veces) o que si nos reunimos a hacer rituales malévolos; y crece mucho más el morbo, cuando les hacemos saber que nuestros círculos Akelarre son exclusivamente por y para mujeres. Nosotras respondemos siempre que el nombre que elegimos para nuestro colectivo de trabajo, es una especie de homenaje (muy pequeño, a decir verdad), a todas esas mujeres que, acusadas de brujas, fueron torturadas, humilladas, maltratadas, silenciadas y principalmente controladas por conocer, hacer y compartir formas de ver y hacer vida, en beneficio de las mujeres. Sin embargo, en esta ocasión quiero hacer una descripción, un poco más amplia, usando algunos apuntes de la tesis que realicé en la maestría, y con conocimiento de causa, al asegurar que poco ha cambiado el significado de las mismas, sobre todo, cuando del control del cuerpo de las mujeres se trata. 
Si bien todas las personas habitamos un cuerpo, existe una gran diferencia entre unos y otras; hay un solo tipo que tiene la capacidad de crear vida, y ésas son las mujeres. Pensar siquiera en la posibilidad de que alguien o algo controle nuestros cuerpos en la actualidad pareciera una pérdida de tiempo; variedad de argumentos han intentado cimentar la idea de que las mujeres que actualmente nos sentimos en la necesidad de hablar y escribir sobre los temas que conocemos porque los vivimos, es decir, sobre mujeres, somos por lo menos exageradas pues según dicen: “en la actualidad las mujeres y los hombres ya somos iguales”. Sin embargo, somos nosotras quienes, llevadas por la misma necesidad [o necedad], constantemente intentamos construir nuevas formas de ver las cosas, de hacernos presentes en la historia, o de experimentar generar nuevos ‘pensamientos del afuera’, haciendo alusión a Milagros Rivera (2003) y su cuestionamiento a la posibilidad de pensar desde fuera del orden simbólico, en este caso, fuera del patriarcado, y quizá (agregaría yo) fuera del capitalismo.
 Retomamos a la activista italiana Silvia Federici para aseverar que, con la mercantilización de la vida, y una vez establecida una nueva concepción de la misma, en la que los seres humanos serían vistos como recursos naturales y renovables, que trabajarían y criarían para el estado; traería consigo consecuencias de diversa índole. Por un lado, las jóvenes parejas se ven orilladas a posponer con cada vez menos precisión, así matrimonios como la construcción de nuevas familias (con todo y su descendencia), por lo que, alegando ‘restaurar’ la proporción deseada de la población, el aparato estatal emprendería una verdadera guerra contra las mujeres, destinada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos, su reproducción y su sexualidad.
[…] Todo parece indicar que lo que el sistema capitalista (o más bien, quienes se interesaban en que éste funcionara porque les beneficiaba) necesitaba de las mujeres sólo una cosa, que parieran hijos que trabajaran y compraran, pues les permitiría afianzar el modelo económico. En una especie de círculo mortalmente vicioso que comienza desde la llegada al mundo, las mujeres tenían la obligación (o la supuesta ‘vocación natural’), de preservar y reproducir la futura mano de obra; para esto fue necesario imponer un nuevo tipo de control sexual y social que condenó a las mujeres a la vigilancia, enjuiciamiento, y persecución aparentemente eternos.
Este nuevo tipo de ‘control sexual’ se dirigió específicamente a las mujeres (a sus cuerpos y comportamientos en particular), declarándoles una guerra que se presentaría través de una auténtica cacería de brujas que demonizaba cualquier forma de control de la natalidad y sexualidad no–procreativa que hasta el momento ellas ejercían, además de que se les comienza a acusar de sacrificar niños al demonio recurriendo y constituyendo un nuevo ‘delito reproductivo’. Todos los gobiernos europeos comenzaron a imponer penas severas a la anticoncepción, el aborto y el infanticidio; si bien en la Edad Media se había tratado el tema del control reproductivo de las mujeres con cierta indulgencia, en adelante se convirtió en un delito castigado con penas aún mayores que los crímenes masculinos.
En consecuencia, comienzan a procesarse mujeres en cantidades sorprendentes, de manera que en los siglos XVI y XVII se ejecutan en Europa mujeres por infanticidio y brujería como nunca antes en la historia de la humanidad. Se dice que el ingreso de las mujeres a las cortes europeas se da por primera vez para ser juzgadas por infanticidios y demás atentados contra las ‘normas reproductivas’. Gran parte de las sospechas recaen en las parteras, hecho que curiosamente llevaría a la entrada del médico masculino a la sala de partos:
Con la marginación de la partera, comenzó un proceso por el cual las mujeres perdieron el control que habían ejercido sobre la procreación, reducidas a un papel pasivo en el parto, mientras que los médicos hombres comenzaron a ser considerados como los verdaderos ‘dadores de vida’ (como en los sueños alquimistas de los magos renacentistas). Con este cambio comenzó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, prioriza la vida del feto sobre la da la madre. Esto contrasta con el proceso de nacimiento que las mujeres habían controlado por costumbre. Y efectivamente, para que esto ocurriera, la comunidad de mujeres que se reunía alrededor de la cama de la futura madre tuvo que ser expulsada de la sala de partos, al tiempo que las parteras eran puestas bajo vigilancia del doctor o eran reclutadas para vigilar a otras mujeres. (Federici, 2013: 155– 158)
El cuerpo de las mujeres pasó a concebirse desde entonces como una máquina más del sistema capitalista, es decir, un instrumento para la reproducción y expansión de la mano de obra, y se le comenzaría a tratar como a un aparato de crianza que funcionaba a ritmos fuera del control de las mujeres. Sin embargo, después (y hasta hoy en día podría decirse), el estado continuó esforzándose por arrancar de las manos de las mujeres el control de su reproducción y sexualidad, determinando y avalando qué descendencia sobreviviría y cuál no, dónde y en qué cantidad. Como resultado:
 […] las mujeres han sido forzadas frecuentemente a procrear en contra de su voluntad, experimentando una alienación con respecto a sus cuerpos, su ‘trabajo’ e incluso sus hijos, más profunda que la experimentada por cualquier otro trabajador (Martin, 1987: 21). Nadie puede describir en realidad la angustia y desesperación sufrida por una mujer al ver su cuerpo convertido en su enemigo, tal y como debe ocurrir en el caso de un embarazo no deseado. (id. 162)
No cabe duda que el cuerpo es el único vehículo propio y la única herramienta de trabajo con la que nacemos, desde otras visiones podríamos decir que es el único y verdadero templo, así como nuestra principal arena de lucha; si bien existen cánones sociales, económicos y hasta políticos que lo controlan, algunos cuerpos son más controlados que otros.  El control de los cuerpos radica en varias y diversas formas, lo hay desde mecanismos muy sutiles y cotidianos: como la presión social ejercida a través del mal llamado ‘instinto materno’, del ‘llamado del reloj biológico’ o de constantes imaginarios y estereotipos de mujeres, tales como madres–esposas–santas–y todo ese gremio, contra las brujas–las putas–las divergentes y todo ese otro gremio. O, por ejemplo, a través de ideas e imposiciones de estereotipos de belleza y bienestar que siembran los medios de comunicación basándose en la publicidad, la mercadotecnia y hasta por radio bemba una vez que los creemos. Y sin duda hay un tipo de control que se da de manera más cínica y descarnada: por ejemplo, al negársenos por tiempo el placer, imponernos una heterosexualidad y maternidad obligatorias o condenándonos a abortos inseguros o maternidades frustradas…
Referencias:
Federici, Silvia. (2013) Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. México, Pez en el árbol.
Federi, Silvia. (2013) [2] La revolución Feminista Inacabada. Mujeres, reproducción social y luchas por lo común. México, Escuela Calpulli
Flores R., Diana R. (2015) Un acercamiento al hacer político de mujeres en Xalapa de Enríquez, Ver. Tesis para obtener el grado de maestría, ICSyH-BUAP
Gutiérrez, Raquel. (2013) ‘Políticas en femenino’: transformaciones y subversiones no centradas en el Estado. Reflexión en torno al seminario “Entramados comunitarios y formas de lo político” del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades ‘Alfonso Vélez Pliego’, Puebla, México
Rivera G., María Milagros (1997)  El fraude de la igualdad. Los grandes desafíos del feminismo hoy.  Planeta Madrid, España.

Rivera, María–Milagros (2003) Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista. Barcelona, Icaria editorial.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Menstruar también es político

Formas de dominio y autorrealización.

Personas necias que acusáis a las feministas de causar división